Bájame esa estrella que yo
tengo prisa por verla. Cuéntame en minutos, como
a las canciones. Y mide mi cariño con termómetros, para que me den cura de
estas emociones. Sangro y rasco las
heridas. Y duele, duele tanto como el miedo. Como la oscuridad de mis
noches en silencio. Como todo lo azul que se vuelve negro o como este cielo
gris siempre eterno. Como la vida entre llamas. Como luces que se apagan
y un corazón encendido. Ese
suspiro que genera un batir de alas o un pestañeo
que recrea al viento. Por la metáfora de mi vida, que no es tan distinta de
la tuya. O por unos
altavoces que vibran y rompen estas cuatro paredes. Que me ahogo porque no tengo
más remedio. Inexacta como
el tiempo y entre latidos como la sangre. Mil vicios que perduran y sólo un par de razones para
tenerlos. El azar que me lleva por caminos de lujuria y la suerte que me tortura
cuando creía que no podría haber más miseria. Rutina de promesas rotas, artículas de sufrimiento y un sentimiento
que va mucho más lejos que esto.
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